sábado, marzo 17, 2007

HISTORIAS VERDADERAS - LA PRIMERA VEZ

Nos fuimos a pasar unos días a la costa. Era su primera vez.
Nunca he entendido por que a algunos hombres les gusta ser el primero. Empatizo con el chico pijo en the last picture show cuando le dice a la tierna y decidida Cybill Shepherd que primero se busque a otro y que luego hablarían.
Yo no era virgen pero tenía una verruga en la nuca. Me pareció que estaría más atractivo sin ella.
En la farmacia me dijeron que con nitrato de plata me la podría quitar.
Delante del espejo del cuarto de baño y con unos bastoncillos que parecían inocuos me lo puse en la verruga.
No parecía que desapareciese. Me puse más. No había ninguna reacción.
Aquello era una engañifa.
Estuve con el nitrato y la verruga hasta que me cansé. O quizás hasta que alguien llamó a la puerta del cuarto de baño.
Fuimos a la costa brava. A un hotel pequeño que quería tener encanto. Lo regentaba una pareja de mediana edad. Me pareció que el hombre sonrió libidinoso cuando subíamos a la habitación.
Nos besamos inquietos.
Me tocó la nuca y grité. Los alrededores de la verruga era una llaga. La verruga, como un islote, resaltaba más.
Como era la primera vez nos pasamos mucho tiempo con los preliminares.
Al final intenté entrar.
Cara de dolor.
Cara de no pasarlo bien.
Probamos, pruebo, unos minutos más pero con el mismo resultado.
Ella insiste en continuar.
Un pequeño esfuerzo. No cede.
Compruebo que sea el camino adecuado. Uno nunca esta seguro de nada.
Empujo con más fuerza. Sigue sin ceder.
Ella pone cara de no te preocupes, me estoy muriendo pero no importa.
Cierro los ojos pero sigo viendo esa cara.
Desisto, lo dejamos para otro momento. Argumento: tenemos días por delante.
Dormimos abrazados, pero a mi me duele cada vez más el cuello y ella, cariñosa, insiste en abrazarme.
Por la mañana me busca.
Trabajo todo lo que hay que trabajar y que según la Hellen Singer Kaplan se necesita para acabar con el vaginismo.
!He estudiado sexología, coño! (valga la redundancia). Debería ser capaz de resolver el problema.
Ánimo, valor y al toro.
Ella, todo hay que decirlo, me anima.
Ella pone cara de me voy a morir pero es una prueba de amor.
Parece que cede algo.
Yo cierro los ojos y pienso en el Cid, en Hernán cortes, en don Pelayo y en Manolete.
Al final paramos. Miramos el resultado. Hay sangre. La matanza de Texas, un mixto.
Bueno, algo hemos hecho. Bajamos a desayunar.
Estamos más animados aunque no sé que que ponerme que no me roce el cuello.
El día pasa agradablemente como una pareja razonablemente enamorada. Yo vigilando que no me de el sol en la nuca. Descubro con asombro que todos los golpes van dirigidos a esta parte del cuerpo: desde la bandeja del camarero hasta el dedo índice de un señor que no sé que está señalando.
A medida que oscurece temo la vuelta al ruedo.
Ya en la cama ella me busca, me anima con gestos y palabras.
Hago de tripas corazón y me pongo a la faena.
Lo intento, lo intentamos, a pesar de la oscuridad y de los ojos cerrados veo su cara de sufrimiento: esto lo hago por ti.
Yo no sé que cara pongo.
A pesar de que se lo he dicho infinidad de veces en momentos que quieren ser tiernos me pasa los brazos por el cuello y me atrae hacia ella. No solo no lo consigue si no que me aparto maldiciendo la llaga.
No hemos avanzado lo más mínimo y creo que lo avanzado por la mañana lo hemos perdido durante el día.
Nos dormimos con sensación de fracaso y frustración. Yo lo más alejado de ella, boca abajo y con un vendaje en el cuello que he comprado en una farmacia.
Antes que ella se despierte ya me he levantado, me he duchado y casi estoy vestido pero en ese momento ella abre los ojos y me llama.
Lo intentamos. Es por la mañana y el sol aún está muy bajo.
Ella gime pero es de dolor. Me planteo apuntarme al bastión más conservador del Opus dei. Comprendo que haya hombres que prefieran no tener relaciones antes del matrimonio. Incluso durante el matrimonio. Veo con agrado los argumentos de respetarse sin sexo.
Lo dejamos para más tarde.
Paseamos, comemos y ella insinúa hacer la siesta.
Le argumento que no, que hay que aprovechar el día. Al llegar la noche pretexto que me duele el cuello. Que he comido algo que me ha sentado mal en el estómago (eso siempre despierta algo más la solidaridad). Que aún nos quedan dos días. Que esto del himen es un mito y no hay porque obcecarse con la penetración. Que hay más cosas... Ella pone cara de me estás vendiendo la moto.
No valen los subterfugios.
Intento no pensar más que en que lo voy a conseguir, me duele la llaga pero no importa. Sigo. Parece que cede. Entra una pequeña parte. Oigo los gritos de to-re-ro, to-re-ro que yo mismo me digo (es broma, no me digo nada, bastante tengo con lo que tengo). Ha entrado algo más. Ella sigue entre la sonrisa falsa y la mueca de dolor. Pregunta si ya está. Yo le respondo que vamos por el buen camino y que mañana será otro día. Me planteo pedir una black and decker al recepcionista y acabar de una vez por todas.
Al día siguiente y como quien va al trabajo lo volvemos a intentar. Sorprendentemente algo cede y caigo al abismo del interior. Me abraza, llorosa pero sonriendo de verdad y sin querer me vuelve a apretar la llaga ya que se he perdido el vendaje en la brega.

2 comentarios:

Fiamma dijo...

Interesante paralelo entre la llaga y el himen. Creo que los griegos llamaban a estas cosas ironía trágica.
Me he muerto de risa. Entre "la matanza de Texas", la black and Decker y el Opus Dei, siendo las 15.30 me sacaste la primera carcajada de l día.
besos
Andrea -portadora de nombre de flia

Anónimo dijo...

Leo tu impúdica odisea himenil y vuelvo a alegrarme que desde pequeñito ya me gustasen mayores. Es obvio que en este asunto mi empatía –y mi experiencia real– van con el chico pijo. Y más aún con mi admirado John Banville. Así es la cosa, more or less: «A pesar de la pose indiferente a la que soy propenso en cuestiones amatorias –como todos los hombres, jóvenes o viejos–, me acerco al cuerpo femenino sobre las rodillas de mi alma. Jamás, desde aquella tarde de abril de mi joven primavera, cuando la pérfida Lili Erstenheim se levantó las faldas ante mí en las sombras de debajo de la escalera de nuestro edificio de apartamentos y riendo agarró mi rígida virginidad y se la introdujo sin esfuerzo, como un chupa-chups, en el cálido hueco situado entre sus escuálidos muslos, nunca, digo, he sido capaz de violar ese santuario, siempre que me lo he encontrado, si un temblor numinoso. Empujar una parte de tu carne viva dentro de la carne viva de otra persona, ¿cómo no va a ser eso un acto sagrado o sacrílego?»

Ah, en ‘La Foto’ se te ve encantado de la vida (pero, si lo adivino, con un ligero resquemor en la zona de la nuca, como si estuvieran rozándote una antigua llaga que ahora ya no te duele, pero que siempre te trae recuerdos y te pone alerta). Casi tan encantado como enamorada se la ve a ella.