jueves, mayo 24, 2007

DE SÃO LUIS A CAROLINA

Uno se sube a un autobús de línea convencido de que la propaganda que se encuentra en el mostrador es cierta "No vaya en líneas piratas, le estafarán, la calidad es mala, puede sufrir daños, dejarle colgado en mitad de la carretera..." Uno mira varias compañias, algunas ofrecen seguridad (un coche va detrás del autobús por si lo intentan atacar). Uno elige la transbrasilera que tiene muchos metros lineales de mostrador. Uno regatea (lo que aprende uno a regatear viajando). Uno se sube al autobús desoyendo la voz de laise aconsejandome que me suba con algo de abrigo (yo, un hombre de mundo que ha subido a decenas de autobuses, a mí, me va a aconsejar).
Pasan los kilometros y la verdad es que hace frío. En la primera parada le pregunto al conductor si hay sábanas, mántas, infernillos o al menos un mechero y leña. Me dice que no. El ayudante al cabo de un rato me viene y me vuelve a decir lo mismo por si no he entendido al conductor. Le pregunto si se puede bajar el aire acondicionado, dice que no, que se ha estropeado el regulador y este se ha quedado a tope. Que vaya a otro asiento, que detrás no hace tanto frío. Me lo dice solidario, y una voz al fondo pregunta si la compañia de autobuses quiere matar a los del nordeste del brasil, hay risas. Yo reiría tambíen si no temblase.
Me voy detrás, parece que hay menos frío, pero solo los 5 primeros minutos. Pensar que tengo un polar muerto de risa en las entrañas del bus. Me hago una bufanda con el reposacabezas, y no hago más cosas porque las ropas de los demás tienen dueños y no parece que a nadie le sobre. Es de noche, estoy muerto de frío, no recuerdo haber pasado tanto frío desde hace muchos años. Recuerdo que cuando era adolescente y leía a jack london y sus aventuras en alaska cuando hablaban de la muerte en la nieve la denominaba como la muerte dulce, que te quedabas dormido poco a poco y no despertabas nunca. Bueno, eso era porque realmente no hacía tanto frío como en el autobus. El frío me impide dormir y miro el reloj esperando que las manecillas corran un poco más rápido. Para más inri resulta que los indios, por un problema con la administración han cortado la autovia y vamos por una carretera secundaria, lo que implica más tiempo. Estoy convencido que en vez de baño lo que hay al fondo del autobús es una cámara hiperbárica para los casos graves de congelación.
Al final, de madrugada, bajamos en un chiringuito para el café de manhã, el desayuno. Me sirvo del termo café caliente y leche ardiendo. Y un bollo. Me pregunta el conductor que como estoy, le respondo que estupidamente gelado. Sonrie comprensivo. La señora que atiende el chiringuito me da el trozo más grande que tiene (casi 20 centímetros de largo por 5 de ancho, y debe tener unas 3.200 kilocalorias por centímetro cúbico). Durante los veinte minutos que estamos parados no paro de darle bocados y solo consigo avanzar la mitad. Al final, y no queriendo ser grosero (con la señora y por que además hay tanta gente que pasa hambre) lo tiro, a escondidas, a un contenedor de basura. El sonido del bollo al rebotar contra las paredes hace un estruendo como deben sonar las campanas del infierno, y todo el mundo, a 5 metros a la redonda, se me queda mirando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vale, es verdad que te pasaste de listo al no dejarte aconsejar. Incluso los más humildes nos sobrevaloramos en algún momento. Pero diré a tu favor que, una vez que has metido la pata, lo pasas todo una elegancia y una dignidad estoicas. Sin hacerte el remilgado o el histérico; algo muy admisible en esos momentos.
Eres mi héroe. Sigue así, llegarás taaannnn lejos.
Besos, besos, con mucho calor humano.

Mariló