lunes, julio 16, 2007

EN COMISARIA

Subo al departamento de invitaciones y nacionalidades. Hay una docena de personas esperando entre el descansillo y las escaleras. En las paredes hay un impreso enganchado con celo informando sobre cuales son los documentos que hacen falta para invitar a una persona a entrar al pais. Delante mío hay joven con casco me informa que es el último. Cuesta adivinar el origen de la gente. Hay una mujer con el pelo largo, canoso y despeinada que habla en catalán al que parece ser su hijo.
-Ja ha passat més gent. La culpa es teva per que t'has anat. Ha passat gent que ha vingut després que nosaltres.
El hijo, nervioso, se sienta a su lado e intenta tranquilizarla aunque ella continuará con la misma cantinela hasta que entren en el despacho.
Lo cierto es que hay cierto caos y nadie parece seguir un orden. Sé detrás de quien voy pero parece que soy el único que lo sabe. Uno de los funcionares pregunta quien es el siguiente. Hay unos instantes de indecision y entra la señora mayor y su hijo. Detrás del umbral de la puerta hay una sala rectangular con varias mesas arrimadas a la pared, hay tres hombres cincuentones que atienden. Los de la mesa del fondo se levantan, el hombre que les ha atendido se acerca a nosotros y pregunta por el siguiente para nacionalidades. Lleva una camisa azul clara, tensada en el abdomen, con los botones del cuello abiertos y una pistola enfundada en el cinturón. Parece exagerado llevar el arma dentro de una oficina de informacion. Se produce otro pequeño revuelo sobre el orden y pasa una pareja que parecen peruanos. Intento aclarar el orden hasta donde recuerdo. Sigue habiendo una docena de personas pero siguen sin saber quien tiene delante. Se acerca el cincuentón más cercano a la puerta, es canoso y lleva una camisa blanca, pregunta quien es el siguiente. Hay dos jovenes que hablan con acento porteño, ¿son ellos u otra pareja? Hay cierta confusion. El funcionario pide orden con un acusado acento andaluz.
-Deben ponerse de acuerdo. No querrán que encima tenga que darles yo el orden. No sé como será en sus paises pero en cataluña se pide la tanda - y levanta la mano didacticamente-. Si aquí que somos pocos no nos ponemos de acuerdo, cuando vayan al camp nou...
La gente asiente respetuosa y dos intentan aclarar cual de los dos estaba antes que el otro. Vuelve a hablar el de la camisa blanca:
-Si no se ponen de acuerdo les saco a todos fuera a la calle y allí se aclaran.
La gente no dice nada y un joven pasa. Un magrebi alto, corpulento y con el pelo corto le pide si le pueden dar una copia del folleto que esta colgado en la pared.
-Ha de esperar como todo el mundo, a ver si se piensa que los demás están esperando el autobús.
El magrebí se queda callado y el funcionario se va. Un joven sentado con una oriental, le dice al magrebi:
-No te lo pueden dar, si no dejarías de perder el tiempo.
Es español y de clase media. Queda sobreentendido que tanto él como yo podemos decir lo que queramos, a nosotros no nos pueden amenazar. El español sigue:
-Lo peor es que nos tratan como si fueramos tontos. Que les cuesta poner esta documentacion en la página web. Pero no, no lo harán. Si hasta para pegar el papel en la pared lo ponen torcido.
Han pasado apenas un par de minutos cuando el de la camisa blanca ha acabado, se levanta, se cuelga una mariconera y sale cruzandose con nosotros,
El español continua:
-Si hasta la carnicería más cutre tiene un aparatito que da números para poner orden. ¿Qué les puede costar? ¿30 euros? Ya se los pago yo.
Se ha roto el hielo y empiezan a hablar: de sus experiencias, de tiempos de espera, registros, documentos, formalidades que se han de cumplir, de algunas que eran necesarias cuando empezaron y que ya no se necesitan. Hace apenas 15 días que ha cambiado la normativa. El español está casado con la vietnamita y no sabe con cual de las dos burocracias está más contento.
-Si se fijan -insiste- verán que no hay teléfonos en las mesas, con lo fácil que sería obtener información por teléfono, claro que tampoco lo cogerian. Les pedí el teléfono y no me lo quisieron dar.
Un hombre, que tiene entre los papeles un libro con el título el poder de la oracion, consiguió el teléfono, lo pidio al 010. Lo dicta a quien se lo pide.
Las informaciones y las dudas más importantes parece que se aclaran. Solo falta, cuando entremos en el despacho, confirmarlo oficialmente.

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